9/9/15

Las siestas de Don Baruj

¿En qué aventuras de la mente se involucrará Don Baruj que apenas si está presente entre nosotros?

En sus largos silencios se lo imagina uno revisando antiguas bibliotecas familiares en recintos para nosotros inalcanzables; o viajando en tren, la vista perdida en el paisaje de colinas y praderas del pasado. Hay quienes sugieren que navega, que ha navegado en las tardes los siete mares de la fantasía. Otros, que pasea, las manos cruzadas en la espalda, en un jardín de fuentes y rosedales bajo un cielo turbulento de primavera.








En el duermevela de la siesta, con la pluma en la mano todavía, murmura en su lengua antigua, la cabeza apenas inclinada sobre su carnet, como en la oración contemplativa de un Buda que ya no espera nada, ajeno ya a saberes y abandonos.








Ari, que dice conocerlo como nadie, apenas llega del colegio, antes incluso de cambiarse de uniforme, le pone sobre la mesa ceremoniosamente su tetera de las cinco, su taza de porcelana traslúcida, las tostadas y el scone, los delicados pocillos de la mantequilla y la mermelada.


Don Baruj despierta con la delicada alarma de la cucharilla contra la loza o el cristal; o tal vez llamado del ensueño por el aroma apenas perceptible del Darjeeling a punto de servirse.

Ni él ni Ari dicen nada.

Tampoco los demás, que desde diversos puntos del café los observan deslumbrados.

El local por un instante adquiere el aura nostálgica de lo sagrado.

Atardece. Desde la trastienda alguien enciende las luces. Estallan en las mesas, como pequeñas bombas inofensivas, las carcajadas de las conversaciones.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Me suena come que a don Baruj le hace efecto el dulce… lo adormece y lo pone en onda —ignoramos si larga o corta—. Asimismo, combinado con el narcotizante efecto del darjeeling, nuestro querido don Baruj duerme como celador mal pagado.

(¡Nadie duerme como celador mal pagado, pese que pasa la noche en un butaco de madera dentro de una caseta de vigilancia, guarda su café dentro de un termo que su obscenamente gorda mujer le ha preparado desde el mediodía y tiene su radio prendido constantemente. Sobra decir que el frío del páramo lo obliga a tener su ruana (o poncho) y sombrero puestos!)

Bueno, dormí, viejo querido, que mañana tendrás que lidiar con doña Flora, a la que le debes más de dos meses de arriendo.

Un beso,

El barón