9/12/24

Motivos de la obsesión: la escritura



Miembro habitual de la tertulia, el melodramático y farsante escritor no publicado nos suele impacientar a los demás leyéndonos lo último que ha escrito y ha subido a varios sitios de la red que ninguno de nosotros, sus  contertulios y amigos---ineptos internetnautas que somos---mirará. 

(Da por supuesto el ignorado--porque no es tonto---que no leeríamos nada suyo aunque nos pusiera delante de las narices su mejor texto impreso en grandes letras legibles hasta para el más miope pichiciego). 

Nos convierte, sin embargo, en su público cautivo, cuando nos impone---impertinente vanidoso que es---sus deplorables lecturas. Ninguno de nosotros se atrevería a decirle que se calle. 

O así lo dábamos por sentado hasta que . . .

. . . Un día de éstos entró al café hablando a solas, más expresivo que nunca; pidió a gritos una copa de jerez, se sentó a la mesa y, sin importarle que nuestra conversación era entusiasta, anunció que acababa de escribir algo estupendo: que teníamos que oirlo. 

Y procedió a leer casi de memoria lo que traía escrito en su tableta. 

Tartamudeaba de emoción.

---¡Ya deja de escribir!---me gritan al oído, por sobre el rumor del tinnitus, los más cínicos de mis demonios. Otros, más ilusos, tratan de hacerse oír gritándome que siga, que la Musa les ha dicho que un día de estos estará de vuelta para revisar lo que he estado escribiendo y para inspirarme con lo que ha oído por ahí en sus viajes de paseo. Eso dicen que promete, la mayormente muda musa que me tiene siempre esperando. Es con mis demonios gritones y quejosos, los criticones, con quienes tengo que entendérmelas y conformarme día a día y . . . 

---¿Por qué no te callas la boca?---lo interrumpió el que no tiene pelos ni en la lengua ni en la cabeza. ---Nos estás dando la lata.

---Terrible destino el de quienes escribimos---se queja para sí mismo y para que lo oigamos. Lo dice, increíblemente, en serio.

El breve silencio incómodo que siguió al exabrupto dejó muy claro que todos---por eso de quien calla otorga---lo dimos como apropiado.

---Aceptemos---dijo el que siempre parece necesitado de decir algo adecuado a las circunstancias---que este café es refugio de obsesivos. Nos fascina el ruido, como de voces lejanas, de lo que cada uno de nosotros nos hablamos.

Y esta vez el silencio duró varios minutos aprobatorios.



28/11/24

Rincón de la tertulia


También sirve el café de lugar de encuentros, rincón de tertulias. 

Más de alguien dirá que es ésa su función principal, que el primer café debió ser un par de tazas compartidas, tal vez de pie, en entretenida charla. Charla y café bien preparado son motivos simultáneos y complementarios del regusto de intercambiar palabras inofensivas: fundamento de la tertulia.

Nada obliga al encuentro sino el placer de encontrarse. No tiene la tertulia horario fijo: se produce cualquier día a cualquier hora---hacia la tarde, por lo general---cuando dos o más de sus irregulares miembros coinciden en su paseo vespertino, ya en el café, ya en la calle camino al mismo. 

El ocio invita a la regularidad del hábito y a la sorpresa de los encuentros.

Caminar un rato por la tarde, antes que caiga el sol no es mala costumbre. La comparten, cada uno por su cuenta, varios.

---A mí---dice uno de ellos---me gustan las calles por la gente.

---Por la relativa ausencia de ella---dice el otro---es que prefiero la costanera.

Coinciden ambos en darse de cuando en cuando una vuelta, después del paseo, por el café. Cuentan con que siempre habrá allí alguien con quien conversar un rato tomándose una taza de algo o un Campari.

Ese alguien suele ser don Baruj, quien prefiere pasear por las mañanas y por las tardes pasar unas horas en el café---en su mesa del rincón junto a la ventana---leyendo y tomando notas en su carnet de viejo habituado a la escritura. 

Aunque prefiere estar solo, acepta con agrado la visita de los que casi a diario llegan y toman sus puestos alrededor de su mesa.

---A mí---ha dicho alguna vez---me gusta el Parque Municipal. Lo prefiero por lo venido a menos que está: tiene la quietud cansada de lo que ya fue y el mismo murmullo de este café casi olvidado.




19/11/24

Refugio del ensueño


Es para algunos el café un refugio, el lugar donde esconderse, en calmada soledad, de todo lo demás, del cotidiano ajetreo de los otros. 

Quieto escondrijo. 

Algo así como el lugar ameno, la caverna, la celda recoleta del que se aparta para estar a solas consigo mismo.

---Aquí---se dice quien se ha sentado en la mesa asoleada, junto a la ventana---estoy relativamente cómodo y a gusto, a pesar de la mala música obligada . . . nada, por cierto, es perfecto. Puedo estarme largo rato en este solitario estado de quietud que tanto tiene del pasivo papar moscas del ocioso, tanto del elevarse hasta la luna del desprendido.

No hace nada más que estar. Casi dormita.

Desde una mesa contigua miran con humor de burla al viejo que, sentado al sol, cabecea, el pelo hirsuto una alba inflorescencia a contraluz como de un diente de león---inútil maleza---encendido. 

Cualquier brisa, en cualquier momento, echará a volar al aire libre un centenar de vilanos.

Es el café para algunos el refugio de un ensueño.



18/11/24

Es de mayo del 2022 la entrada anterior a ésta. En esa fecha se dió por cerrado este Café Labrapalabra que, hoy se abre de nuevo como lo que siempre ha sido: un espacio ficticio al que acuden parroquianos ficticios y ficticios amigos de la tertulia puramente imaginada.

El tiempo dirá hasta cuándo se mantendrá abierto y si tendrá o no clientes regulares.

Las entradas a este blog habrán de leerse como se lee cualquier texto literario de ficción: por el encanto de una realidad de fantasía, puramente imaginaria que sólo simula una posible realidad.

Simulacro es este café, malabarismo de palabras---labrapalabra---la tertulia que en él mantienen personajes inventados.

Sirva esta nota de prólogo a la ficción del Café y sus personajes, que se inicia con la siguiente escena:



---No hay en la ciudad un café mejor que éste---le dice el barista al que reconoce muy bien como un nuevo cliente. 

Desde que lo vió cruzar la puerta, indeciso, y dudar por un momento si sentarse o no a la mesa vacía más cercana supo que nunca antes había venido, que era ésta la primera vez que visitaba el café y que bien podría convertirse en uno de los parroquianos regulares.

---No he visto ningún otro---comentó en un tono bromista---y llevo caminando casi una hora.

---Me refería al café en su taza---la que le acababa de poner frente suyo en la mesa.

Lo probó con un sorbo y no dijo nada.

---No hay otros cafés en el sector porque nadie puede competir con el nuestro. 

No era plural de modestia el suyo porque hablaba por el grupo de amigos que, con mínimas ganancias, lo mantenían abierto a pesar de la poca clientela. El dueño, abuelo de uno de ellos, se beneficiaba de la ilusión y entusiasmo de los tres muchachos que, apenas graduados de la secundaria, habían decidido que no podía ir a la quiebra y cerrarlo. No, por lo menos, mientras siguieran viniendo los viejos clientes de hace tantos años, los de las vacas gordas.

---Los tiempos cambian---se dijo como a sí mismo el nuevo cliente cuando el muchacho se alejaba de vuelta a su puesto tras la barra.

---No podría ser de otra manera---corroboró el abuelo que debió haberlo oído desde su mesa, donde se pasa las tardes esperando a que llegue algún amigo. ---No por eso vamos a quejarnos ni a cambiar nosotros.

---Lo hacemos sin ni darnos cuenta.

---Ahora que usted lo dice...

---Así vamos viviendo---. Se levanta y, dirigiéndose al barista que los ha estado oyendo, le da las gracias por el café y le dice que sí, que en verdad es bueno. Y sale.

---Gracias. Hasta luego. No deje de volver---casi le grita el muchacho, aunque sabe que, salvo por unos pocos clientes regulares, nadie vuelve.

No han podido dar con un café que sea bebible.







29/5/22

Don Baruj para la oreja.

Aunque no lo admita, desde su mesa en el rincón de junto a la ventana don Baruj para la oreja y cosecha de cuando en cuando buenas charlas—más de alguna sabrosa—para sus notas de observador curioso y criticón de la gente.


 

--Escuchar—ha dicho--es una forma de averiguar y escudriñar lo que los otros dicen y piensan. Como leer, que es otra forma de escuchar lo que se habla y se ha hablado el el mundo desde los tiempos de Maricastañas.

 

La biblioteca--personal o pública--es el lugar de ese escuchar ensimismado a un centenar de voces selectas que nos hablan con autoridad de infinidad de asuntos de suma importancia. Se puede, por los mismo, pasar largas horas en ella.


En el café, en cambio, es posible observar y oír a los más próximos que conversan de esto y lo otro. De lo que en el momento y el lugar importa y nos atañe.


Local del chisme es el café, y de los malos entendidos que le dan sabor al tedio de los días.

 

--Pero cada vez hay menos que oír—se queja don Baruj, mostrando con un gesto de cabeza a los que en las mesas contiguas a la suya se sientan con el teléfono en las manos o frente a un computador portátil, los audífonos insertos--como injertados--en las orejas.




27/4/22

Perder


--"Perder" parece ser un verbo que me cuadra perfectamente--dice el que siempre pierde.  

--Pierdo el tiempo, pierdo cosas y documentos, pierdo la memoria, pierdo el hilo y he perdido hace mucho la esperanza. Lo mismo me ha sucedido con la confianza. Pierdo el paso a cada rato y no hay oportunidad que no pierda. He perdido el interés en casi todo y tengo perdido el rumbo desde hace tanto que es esfuerzo perdido tratar de recuperarlo. 

--Pero como nunca he tenido paciencia--se justifica--no puedo perderla, como tampoco puedo perder cuidado. La vergüenza, por otra parte, la tengo muy enraizada y no la voy a perder nunca, espero.

21/4/22

Don Baruj evoca

El otro día alguien le mostró a don Baruj el librito de poemas que había publicado cuando apenas dejaba de ser niño. Un librito olvidado que alguien abandonó en una librería de viejo para que--cosas del destino--lo recuperara del tiempo, tantos años después, el curioso coleccionista que se lo trajo para que lo viera.

--No están nada de mal estos poemas juveniles--le dijo después de habérselo dejado en sus manos. Don Baruj, embobado, sostuvo por un largo rato el viejo ejemplar ante sus ojos.

--No voy a negar--nos confesó días después, ya recuperado de la sorpresa--que en ese momento mi vanidad se puso a revolotear con sus quejosas alas, a las que nada les queda de doradas, y que me vino un cariño agridulce por esa juventud que tuve y se me escabulló en unos poemas antes de que me diera cuenta cabal de que la tenía.

Nos pareció que hablaba de una manera no acostumbrada en él y no dijimos nada. 

Tomó un sorbo del té que se enfriaba y volvió a ser el don Baruj sentencioso que conocemos.

--A esta edad--explicó--en el "arrabal de senectud" del que habla el poeta, cobran vital importancia--sí, exactamente vital--los mundos evocados.