“Les oeuvres d’un home ennuyé peuvent-elles amuser le public?”, se pregunta Gustave Flauvert al escribir su Memoir d’un fou. Acertada preocupación porque ¿qué interés puede tener para el público lo que tenga que decir un hombre aburrido? ¿Cómo pueden entretener las Memorias de un tonto que se aburre?
Aunque éstas parecieran ser preguntas retóricas de obvia respuesta, la memorias de Flauvert las responden de manera diferente: son un texto sumamente entretenido porque el hombre aburrido que las escribió veía y entendía su aburrimiento de una manera crítica y profunda que al lector –con toda probabilidad alguien también aburrido—le parece perfectamente adecuada por comprensible y entretenida.
Aunque éstas parecieran ser preguntas retóricas de obvia respuesta, la memorias de Flauvert las responden de manera diferente: son un texto sumamente entretenido porque el hombre aburrido que las escribió veía y entendía su aburrimiento de una manera crítica y profunda que al lector –con toda probabilidad alguien también aburrido—le parece perfectamente adecuada por comprensible y entretenida.
Hay que preguntarse, ante lo anterior, lo que realmente significan el aburrimiento y la entretención. Y qué función tiene la literatura en relación con ellos.
Podría postularse que el ser humano por lo general se aburre, si aburrirse significa agotarse del monótono esfuerzo de sobrellevar las preocupaciones y viscisitudes propias del vivir cotidiano. Ya los antiguos hablaban del tedium vitae, ese sentirse profundamente desganado ante la vida, hastiado de lo habitual y sus limitaciones y conflictos. Sabían del aburrimiento y de la necesidad de encontrar una forma de entretenerse, es decir, de sobreponerse al tedio.
Contra la desidia del aburrimiento hay quienes proponen como remedio de ella el trabajo. Porque el trabajo distrae, siempre que no sea una labor idiotizante y agotadora, en cuyo caso produce también el hastío del agobio, una forma extrema del aburrimiento. Pero incluso el trabajo gustoso acaba por no satisfacer y redunda en cansado desaliento.
Otros proponen como antídoto al tedio diversas formas de entretenimiento, que van desde las más populares festividades, competencias y espectáculos deportivos y artísticos hasta las manifestaciones más refinadas de las bellas artes. Entre éstas función especial tiene la literatura como pasatiempo. Pasatiempo tanto para quien la escribe y hace de ella un trabajo, como para quien la lee.
Siendo el tedio una condición humana parece acertado suponer que la literatura es consecuencia de éste en cuanto actividad concebida por el escritor desde el aburrimiento y consumida por el lector como antídoto del mismo.
Lo más probable es que Flauvert haya tenido esto muy claro desde el momento en que, adolescente aburrido de la vida, se puso a escribir por entretenerse.
Siendo el tedio una condición humana parece acertado suponer que la literatura es consecuencia de éste en cuanto actividad concebida por el escritor desde el aburrimiento y consumida por el lector como antídoto del mismo.
Lo más probable es que Flauvert haya tenido esto muy claro desde el momento en que, adolescente aburrido de la vida, se puso a escribir por entretenerse.
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