23/12/24

Paciencia de jardinero


—Si ya no tenemos de qué hablar—digo, justificando el silencio del que alguien se ha quejado.

—Hablemos, entonces, de tu jardín, que es un desastre. Hace tiempo que estaba por comentar que se lo ve como si lo hubieras abandonado—. Se lo dice a quien le admirábamos hasta no hace tanto sus habilidades de jardinero. Era su jardín de esquina el deleite de quienes lo veíamos al pasar camino a nuestros encuentros.

—Pero si tiene ahora la belleza natural, desaforada, del jardín que nadie cuida. Jardín de maleza florecida—lo defiende el libertario de siempre. —El jardín abandonado al albedrío original del paraíso; el deseado.

—Es cierto—dice el jardinero ya inactivo—lo he dejado que haga lo que quiera. Y me gusta como se ve: vitalmente desordenado, libre de intervenciones estetizantes, de una belleza forzada. El cansancio de la edad me ha enseñado a verlo con otros ojos, de otra manera, menos dominadora; me ha liberado, al fin, del que fue el oficio incesante de la impaciencia.

—Siempre pensé–-dice el que introdujo el tema—y me eqivocaba, que el arte del jardín estaba en la paciencia del jardinero.



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