12/5/10

El idioma y la independencia


Que yo sepa--y no es mucho lo que sé sobre estos temas--no hubo en la América hispana ningún intento de confirmar la independencia política con una independencia lingüística. En ningún momento se pensó en abandonar la lengua española—no digamos la castellana—para reemplazarla por alguna lengua diferente a la del imperio del que las nuevas repúblicas se independizaron a tiros y lanzazos.
Cierto es que del francés se quiso hacer una lengua de los cultos, pero más bien porque, mal que les pesara a muchos, era Francia con toda razón un punto de atracción político cultural imposible de ignorar desde el siglo precedente, y el francés era, sin disputa, la lengua culta “en voga”, para decirlo en un galicismo de esos días.

Que Hispanoamérica se afrancesa en su cultura burguesa no puede sorprender: se entiende. Pero afrancesados o no, los hispanoamericanos se siguieron comunicando en la lengua de sus antecesores y en esa lengua pensaron y escribieron sus ideales independentistas y a veces democráticos.

Pero si en Nuestra América—como Martí la llama— no se habló otra lengua que la heredada de España, hubo entre los patriotas una clara conciencia, que venía de antiguo, de que en las tierras al fin independientes se hablaba una lengua de rasgos algo diferentes que la distinguían de la europea. “Lengua áurea, caudalosa y vibrante habla el espíritu de América, cual conviene a su luminosidad, opulencia y hermosura”, escribe Martí hacia el final del siglo apuntando a esa íntima relación entre identidad americana y lengua peculiar que debió inspirar también a Bello en sus estudios gramaticales.

Al hablar de la lengua de América en el contexto de la independencia y las nuevas repúblicas surge de inmediato el nombre de Don Andrés Bello, figura extraordinaria del período transformador que va desde las visiones preindependentistas de la Ilustración a fines del siglo XVIII hasta los desarrollos progresistas del positivismo que domina hacia la segunda mitad del XIX. “Andrés Bello—nos recuerda Amado Alonso en lista inconclusa-- fue historiador, jurista, legislador, filólogo, naturalista, diplomático, poeta, filósofo, político, educador.”

Producto de la Ilustración, no podía Bello no reconocer la importancia del lenguaje en el desarrollo de los pueblos: “uno de los estudios que más interesan al hombre—afirma--es el del idioma que se habla en su país natal. Su cultivo y perfección constituyen la base de todos los adelantamientos intelectuales. Se forman las cabezas por las lenguas, dice el autor del Emilio, y los pensamientos se tiñen del color de los idiomas.”

Como patriota americanista, no podía tampoco olvidar la necesidad que las nuevas repúblicas tenían de asumir una lengua nacional y, más exactamente, continental. Bien lo explica Alonso cuando dice que “urgir a los americanos a conservar el don providencial de una lengua común, ventaja inapreciable para el progreso, tanto de la cultura material como de la intelectual y de la moral” fue un móvil para que Bello hiciera sus estudios gramaticales. “Su apostolado idiomático—continúa diciendo el crítico español--es parte de su concepción de la responsabilidad de las nuevas patrias independientes”.

Efectivamente, para Bello, auténtico americanista, la independencia políticas de los pueblo americanos, su desprendimiento del control y gobierno español se ha de manifestar no sólo en lo político y lo económico, sino también en lo lingüístico. América, por diferente, habla diferente—aunque no esencialmente diferente— a como habla España, y por lo mismo requiere de una gramática propia que describa, analice y normalice su expresión distintiva.

Así, en 1847, Andrés Bello entrega al continente, como habría de entregar un Código Civil ejemplar y una filosofía educacional igualmente innovadoras, su Gramatica de la lengua castellana destinada al uso de los americanos.

Es de advertir que no se trata de una gramática de la “lengua española”, que podría entenderse como la lengua de una nación, sino de la “lengua castellana”, distinción en la que hay que leer un americanismo independentista. “Se llama lengua castellana (y con menos propiedad española)—puntualiza Bello--la que se habla en Castilla y que con las armas y las leyes de los castellanos pasó a la América, y es hoy el idioma común de los Estados hispano-americanos.”

A la edición chilena del 47 la sigue casi inmediatamente la edición venezolana, publicada en Caracas, ciudad natal de Bello, en 1850. A éstas, como muestra del éxito del proyecto lingüístico de Bello, les siguen varias ediciones corregidas por el propio Bello. Y no se puede olvidar que con anterioridad a la publicación de su gramática Bello había mostrado de su interés en darle a la América independiente su identidad lingüística, al proponer, más de veinte años antes, en 1823, sus Indicaciones sobre la conveniencia de simplificar i uniformar la ortografía en América, obra que por lo demás tuvo aplicación práctica, al menos en Chile, hasta por lo menos la segunda década del siglo XX.

En la presentación que Bello escribe para su gramática se tiene la impresión exacta de un independentismo propio del “neófito patriota americanista”, que lo llama Alonso, innovador progresista preocupado de la creación y desarrollo de las nuevas naciones. Es el mismo espíritu que le había inspirado en Londres la obra maestra de la poesía ilustrada en castellano, “Oda a la agricultura de la zona tórrida”, auténtico manifiesto americanista.

A decir verdad, y salvo por las reformas ortográficas muy acertadas, no son tantas las diferencias que Bello reclama para el castellano de América. Según Alonso, la motivación de una gramática americana estaría en “la disconformidad de Bello con el «supersticioso casticismo» de las gramáticas españolas que rechazaban como viciosa toda forma americana de hablar que no se practicara en la península”. “No tengo la pretensión de escribir para los castellanos—afirma Bello--. Mis lecciones se dirigen a mis hermanos, los habitantes de Hispano-América”.

Para terminar estas notas sueltas, queda por aclarar, con palabras del crítico español admirador del genio lingüístico de Bello, que no hubo ningún afán rupturista en el gramático chileno-venezolano, sino sólo una voluntad de confirmación de la distintiva identidad americana de los pueblos recién independizados políticamente. “No encuentro que asome por ninguna página de Bello—escribe Alonso--la prédica de una independencia idiomática que viniera a completar a la política, como desde sus tiempos han venido reclamando algunos escritores de nacionalismo especialmente susceptible en la Argentina, en Brasil y en Norteamérica. Bello vio muy bien que la secesión idiomática de América respecto de España implicaba la de las naciones americanas entre sí, pues las fuerzas que separaran la lengua de Chile de la de España la separarían también de la de México y de la de Venezuela: lo más contrario a sus ideales americanistas. Bello no postulaba la separación americana, sino, al revés, el derecho de los americanos a participar con toda dignidad en la permanente formación de la lengua común.

Cabría preguntarse si su obra tuvo, al fin y al cabo, el efecto pretendido.

Santiago Daydí-Tolson

1 comentario:

Anónimo dijo...

Estupendo santiago. El día de la charla lamenté mucho no haber ido, por lo que ahora fue fabuloso leer lo referente a Andrés Bello y el idioma Castellano.Mil Gracias!
Gaby