5/7/12

Una Mascota

A Genaro lo iban a matar. Tan cierto como que ahora lo llevaban, amordazado, atado de pies y manos con cinta canela, en el portaequipajes de ese automóvil sin placas, sin duda robado en la víspera. Conocía bastante bien a los sicarios como para estar al tanto de que les importaba un bledo su historia. Para ellos, él ya estaba condenado, fatalmente. Algo debe. Habrá pensado más de alguno de los que presenciaron la escena cuando lo levantaron. Eran las diez o las diez y media, la noche aun era joven para Genaro. Pero no lo era tanto para aquellos rezagados que de repente raleaban por las calles despoblando las cantinas; precipitándose hacia las paradas de los camiones urbanos con el propósito de no perder la última salida, parecían los encargados de entregar la plaza a los predadores nocturnos, a las putas y a sus clientes, a los borrachos insomnes atiborrados de coca, a los rateros y a sus compinches, a la horda de mendigos andrajosos que aprovechaban la noche para pepenar en los depósitos de basura del mercado viejo. Texto completo


Moisés Sandoval Calderón



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