Batalla uno a diario, y casi sin darse cuenta, con su innegable condición de ser humano, de miembro obligado de su especie, la de larguísima historia de supremacía.
Se es humano a la fuerza, contra viento y marea, a paso duro, a saltos, a piruetas--a veces--de ente casi alado. Se es, se vive, ciegamente se perdura.
De la greda primordial nos queda el pisar firme, el tropezar, el dar de bruces contra el suelo del origen, la materia. “Cuc de la terra vil”* dice el poeta que del salmo evoca la imagen reveladora—“Ego autem sum vermis”**—de una angustia ancestral y la ilusión con que se trata de acallarla.
Angustia del polvo vivo que no quiere volver al polvo intrascendente. La vive—la combate-- el ser humano desde el momento que pudo darle un nombre al tiempo y supo del olvido. La angustia de saber y no saber de veras. Pasión ancestral del miedo: virtud terrible de la conciencia.
Batalla la vida—el ser humano es pura vida, continuidad obstinada--contra el viento que al pasar--sin detenerse nunca--levanta polvaredas que al sol, y en lo alto, semejan luminosas nubes.
* "Gusano de la tierra vil". Jacint Verdaguer, "Sum vermis"
** "Porque soy un gusano". Salmo 21
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