Nunca es tarde para ponerse al día cuando se han dejado estar las cosas y el mundo sigue en su gira por el creciente universo.
Siempre hay tiempo, piensan el optimista y el procrastinador: el que en el ensueño se olvida del quehacer y el que en su entusiasmo lo hace todo con la certeza del logro.
Siempre hay tiempo, piensan el optimista y el procrastinador: el que en el ensueño se olvida del quehacer y el que en su entusiasmo lo hace todo con la certeza del logro.
Este Café Labrapalabra ha estado un poco olviado, sin clientela que lo justifique, y ya era tiempo de sentarse, taza en mano, a conversar de esto y lo otro, lo que venga. (Así como siempre hay tiempo hay siempre temas de qué hablar).
Hablemos, por ahora, de la revista digital que comparte nombre con este espacio. De la que lleva ya diez números y está a punto de salir con el siguiente: Labrapalabra.
Una más entre millones de otras que comparten con ella el universo virtual de la red, no pretende mucho más que ofrecerle a quienes escriben un lugar donde hacer públicos sus papeles (por decirlo en metonimia un tanto anticuada pero efectiva todavía) y a quienes leen, algo nuevo que gustar y juzgar originalmente.
La revista existe porque quienes la hacemos no encontramos nada más entretenido que hacerla y porque hay quienes nos mandan sus escritos y quienes los leen. Mientras unos lean y otros escriban habrá publicaciones; porque si algo nunca faltará será la dicha que algunos gozan en darles a escritores y lectores el espacio del encuentro: el café de la tertulia y su revista.
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