9/12/13

La caja de cedro

Don Baruj ha recibido de un buen amigo un simple objeto cargado de sentido: una cajita de cedro de diseño impecable que, vacía--me dice--, “habla de tesoros que atesorar y de la ausencia que dejan las cosas que ya no guarda”.

Fue la caja propiedad de alguien que la tuvo casi toda una vida, una larga vida ya concluida.

“Como tanto objeto que perdura”—observa don Baruj—“el cofrecillo ha establecido su presencia entre mis cosas y apunta a un futuro más allá del mío, cuando alguien lo abra y revise, curioso, lo que en él guardé para el olvido”.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Es muy interesante la sicología que acompaña a las cajitas y cofrecitos que uno recibe durante el curso de su vida. Las cajas despiertan lo máximo en la curiosidad humana, a tal punto, que nos hace temblar las manos y nos hace sudar con solo pensar en sus contenidos.

Cito como ejemplo el fabuloso hallazgo de la “cajita” de Tutankamún que el arqueólogo Howard Carter descubrió en 1923: ¡ya puedo visualizar cómo habrá sudado y cómo le habrán temblado las manos al abrirla!

Algo muy parecido sucede con niños que abren sus regalos navideños.

Sí, las dichosas cajitas sacuden el último nervio de la curiosidad. No tendrían la misma magia si tuviéramos visión de rayos X.

André