Estaba de viaje Don Baruj y acaba de
volver, no nos dice donde anduvo.
Se me ha ocurrido, por no sé bien qué
detalles—tal vez su anticuada nueva libreta y la flamante Parker 21 con que
escribe en ella—que no ha viajado en el espacio sino en el tiempo. Que nos dejó
por unos días para volver a un pasado que vagamente perdura en sus gestos y en
el rincón del café y su mesa desde donde preside el silencio: su misterio.
¿Quién
es, nos preguntamos, este Don Baruj, anciano que apenas nos habla a veces,
dedicado como lo está siempre a sus papeles, pluma en mano?
De
veras, no lo conocemos.
--¿Quién
puede conocer al otro—nos preguntaba el otro día Don Baruj—si no nos conocemos
ni a nosotros mismos? Dictado implacable, por divino, el que desde el dintel
del templo nos insta a lo imposible: “Conócete a ti mismo.” Obnubilado de
orgullo racional propone el filósofo lo mismo como objetivo de vida, el
exigente ars vita del que busca la
sabiduría.
Y al cabo de un
silencio en que esperamos, concluye.
--Pero, ¿quién
de nosotros está libre de los dilectos demonios de la vanidad y el
autoengaño?
1 comentario:
Invocamos ocasionalmente aqueila pizca de sabiduría del sagrado Templo de Apolo en Delfos sin saber su verdadero significado…
Quizás falsos avatares se apoderan de nosotros.
El que esté libre de demonios, que pronuncie la primera palabra amable.
El barón
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