Don Baruj no ha estado viniendo al café en varios días y algunos de nosotros nos hemos preocupado. No sabíamos, claro, que una sobrina suya lo llama a diario y lo visita a menudo.
--Está bien--nos ha dicho y se ha marchado sin más explicaciones.
--Si ella lo dice ... --comentó uno de los que habitualmente se sientan a conversar con él un rato-- … es que estará bien. Tiene derecho el hombre a estar a solas cuando le conviene.
--La soledad--observó alguna vez Don Baruj--es un bien mal entendido y necesario.
Al decirlo debió advertir en más de alguno de los que lo oímos los efectos de una soledad no asumida, porque inmediatamente agregó, como explicándose.
--La soledad, no el abandono.
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Reunidos ese día a la mesa nos encontrábamos el grupo habitual de dementes y tras habernos acomodado y pedido nuestras bebidas respectivas, nos pusimos a especular el motivo de la ausencia de don Baruj.
Mientras deliberábamos, llegó “Mocho” el mesero y nos recitó con pelos y señales el menú: Sopa del día, Centolla a la crema, ensalada de fondos de alcachofas y de postre el mote con huesillos.
Comimos, nos despedimos y nos fuimos.
¡Pobre don Baruj, de la que se perdió!
El barón
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