Alguien se quejaba el otro día de que con tanto trabajo que tenía no le quedaba tiempo para nada más que trabajar. Y otro se vanagloriaba de no hacer más que estar ocupado trabajando.
Nadie en la tertulia se atrevió a defender al que habó de las delicias sabias del ocio, del delite de esa charla entre amigos en el café.
Don Baruj callaba, como de costumbre en estos casos. Y no habría dicho una palabra si no le hubieran preguntado qué opinaba él--persona siempre ocupada en el ocioso escribir, como al correr de la pluma, en su carnet--sobre el asunto.
--En toda mi vida nunca he trabajado y he trabajado siempre--contestó.
Algunos nos reímos, más que nada de nosotros mismos y nuestra ingenuidad. Otros se quedaron mudos, intrigados.
Pero, por cierto, no faltó quien ni se rio ni se quedó callado y preguntó, con una voz que nos sonó destemplada, que qué quería decir don Baruj con lo que había respondido.
--No es más que un juego de palabras--le dijo don Baruj y pasó a hablar de la exigente exactitud de todo malabarismo.
1 comentario:
Lamentablemente, nuestra cultura en este paIs nos obliga a trabajar, trabajar y trabajar incesantemente, como máquinas robóticas programadas para estar en constante producción, sin tener en cuenta que somos seres humanos que de vez en cuando necesitamos desconectarnos del ámbito laboral y deleitarnos con el ámbito lúdico.
Afortunadamente en mi caso particular, me encanta mi trabajo y lo ejerzo a plenitud, con miras de desempeñarlo plácidamente cada lunes y el resto de la semana siguiente.
El malabarismo lo ejercen aquellos que detestan sus labores, pero cuentan los minutos a partir del viernes, para iniciar su descanso del fin de semana, o sea que están entre la decisión de tener que trabajar obligadamente o pasar un buen rato, claro está, que sin sueldo alguno.
Yo hace años aprendí a cuidar de mi trabajo, para que mi trabajo cuidara de mí.
El barón
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