En su libro Paper: Paging through History, Mark Kurlansky--reconocido historiador de la sal y del bacalao--observa que en el siglo XIX se comenzó a producir libros en enormes cantidades a pesar de que muchos ni siquiera se vendían, entre ellos los de autores tan meritotios como William Blake y Percy Bysshe Shelley, poeta este último que nunca publicó un libro con una editorial establecida.
“El fenómeno de los libros restantes—la
venta a precios de descuento de libros acumulados en bodega—, un desarrollo especialmente
ignominioso para los autores, se produce a partir de entonces. En Inglaterra--agrega
Kurlansky—los libros viejos comenzaron a aparecer en almacenes y queserías,
donde sus páginas se usaban para envolver. Las páginas de libros sin vender se usaron
también para encender pipas, chimeneas y lámparas. En el peor de los casos fueron
útiles también en los baños”.
Buena objetiva observación
que muchos escritores publicados necesitamos tener en cuenta, al menos por lo
que pueda aportar de irónico consuelo.
1 comentario:
No quiero ni pensar en la astronómica cantidad de borradores, guiones, libretos y novelas que ha de haber dentro de polvorientos cajones, repisas, archivos y gavetas en el mundo entero, privándonos de sus lecciones y su filosofía, todo en aquel limbo literario rechazado por ridículo capricho de algunas editoriales a las cuales considero como las principales culpables de matar la literatura y la escritura en general.
Quizás tengamos que recurrir a uno de los mejores usos del papel, aquel que viene en rollos y se presenta colgado de las divisiones de algún retrete, claro todo eso mientras leemos alguna novela de misterio, con miras de desear que todo salga bien.
El barón
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