19/5/19

De viaje

El breve viaje en auto se ha hecho por desvíos de caminos menores. 

Se dejó la ciudad por calles secundarias que a los extramuros se transforman en rutas que los mapas carreteros no indican por pequeñas. Se avanza por ellas más lento y se tiene de la región una visión muy diferente a la que ofrecen las carreteras y autopistas de alta velocidad y tráfico pesado. El paisaje se demora ante los ojos, se hace más visible, más entero. 

Viéndolo así, transcurrir sin apuro —precisos sus detalles— se piensa en el avance aún más lento de la bicicleta o el pie, y en la imaginación se compara el viaje en auto con el que harían, años atrás, por estos mismos caminos rurales, en carros tirados por caballos o en esas diligencias de seis mulas al trote, los que hicieron suyas estas tierras de otros, de los que las conocían al paso cauteloso de las pisadas.


El nublado bajo, que en algunos sectores llega a ser niebla, destaca lo desnudo del paisaje, todavía de invierno, de enormes árboles esqueléticos, arbustos oscuros y campos de intenso verde nuevo o gleba oscura recién arada. 

Hermoso paisaje, incluso en su monotonía. A cada momento se quisiera detener el avance para contemplar largamente una escena digna de admirarse. Lo angosto del camino y la ausencia de berma no lo permiten y hay que seguir de largo. 

Incluso por los caminos más apartados es necesario avanzar más rápido de lo que se quisiera.

Se llega demasiado pronto a ninguna parte.


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