6/5/19

Minimusitaciones del escriba compulsivo

El cuaderno abierto sobre las piernas, abierta también la pluma fuente y en la mano, espero --con menos paciencia de la que debiera-- que se me ocurra algo que escribir: lo que se me ha estado ocurriendo, y se me ocurre ahora, no lo quiero escribir.

De hacerlo, de poner por escrito ahora lo que ahora mismo se me viene a la cabeza, no estaría más que repitiendo y remedando lo que ya he dicho, de una y otra manera, infinidad de veces --demasiadas--, cuando, como ahora, el hábito de escribir --o más bien el de la necesidad de escribir: capricho o deseo-- me ha llevado a diario a abrir libreta y pluma y a dejarme arrebatar por el flujo caligráfico, determinado a llenar línea a línea, apretadas, un sinfín de páginas y el centenar de cuadernos y libretas que se van acumulando en un cajón, callados y a la espera de una futura lectura que probablemente nunca se dé.

Se escribe compulsivamente para dejar constancia, como con el cuchillo de caza se hace la marca en la corteza del sauce que junto a la acequia, casi dentro de ella, despeinadamente lloriquea; o como se garrapatea en el muro de contención, apresuradamente furioso, el grafitti insolente, rúbrica de la ciega indignación del individuo que se sabe mudo; o como se toma nota descuidada de una clase apenas importante que --por lo mismo y como incisiva reacción-- incita a pensar inteligentemente.

O como el navegante solitario que anota en la bitácora el diario avance o la monótona espera de la inmovilidad en medio del mar en calma, provincia imprecisa del limbo o el abismo. Como quien lanza a la ola la botella mensajera que acabará atrapada en el inmenso basural marino, isla flotante del desperdicio.

Con el cuaderno abierto sobre las piernas y la pluma fuente en la mano, abierta para escribir, espero que se me ocurra lo que merece que se escriba, lo que probablemente jamás se me ocurrirá.


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