Ahora está solo. Lo rodean sus cuatro paredes de libros, mudos, entre los que corretean curiosos los ratones, compañeros del deterioro. De quienes lo acompañaban no va quedando nadie: el tiempo se ha encargado de cambiar las circunstancias y el elenco de quienes las viven. En la quietud--soledad--de su sala recuerda cuando era todavía centro de encuentros y conversaciones, lugar de las ilusiones.
Ya no tiene con quién hablar; ni sus viejos perros de ayer están con él. A su edad, piensa, no es justo tener un animal que lo acompañe porque se dará la situación cuando, faltando él, sufra el animal su ausencia.
BIen está que no haya nadie.
Masculla para sí mismo el viejo, sobreviviente del pasado, maravillas que a nadie, bien lo sabe, le interesa oir.
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