21/8/19

Un diálogo sobre peras y olmos

Conversan dos viejos parroquianos, de los pocos que todavía frecuentan el café:

 --No entiendo por qué te limitas de esta manera.
--Qué me queda. Soy de los que no nos decidimos a nada.

A tal observación, y viniendo de quien viene, qué se le puede argüir. No dice nada.

--Se es como se es--añade el indeciso.
--De eso no cabe duda.
--Y por lo mismo es que ni siquiera se me ocurriría tratar de hacer lo que otros me recomiendan que haga. Entiendo perfectamente cómo lo que me sugieren tiene sentido y parece una solución harto adecuada a las circunstancias. Pero no tengo cómo hacerles caso. Me hablan de lo imposible.
--Aún así...
--No. Porque aunque tratara no llegaría a nada.
--"No hay peor negocio que el que no se trata", dicen.
--Los dichos dicen muchas tonterías.
--¿Como el de las peras y el olmo, por ejemplo?
--Ése acierta. Es de los que tienen razón. No hay que pedirle peras al olmo.
--Pero tampoco hay que hacer leña del que no da la fruta que se le pide y que no puede dar.
--Bonita manera de ponerlo. Si no me equivoco hay un poema de Machado que viene al caso.
--Nunca falta el poema que viene al caso. Y sí, me recuerdas el olmo de Machado.
--Por viejo será.
--Por olmo, que a pesar de todo, sigue en pie, carcomido, pero en pie y echando hojas nuevas.
Toma el celular y algo busca. Lee:


Al olmo viejo, hendido por el rayo 
y en su mitad podrido, 
con las lluvias de abril y el sol de mayo 
algunas hojas verdes le han salido. 

¡El olmo centenario en la colina 
que lame el Duero! Un musgo amarillento 
le mancha la corteza blanquecina 
al tronco carcomido y polvoriento. 

No será, cual los álamos cantores 
que guardan el camino y la ribera, 
habitado de pardos ruiseñores. 

Ejército de hormigas en hilera 
va trepando por él, y en sus entrañas 
urden sus telas grises las arañas. 

Antes que te derribe, olmo del Duero, 
con su hacha el leñador, y el carpintero 
te convierta en melena de campana, 
lanza de carro o yugo de carreta; 
antes que rojo en el hogar, mañana, 
ardas de alguna mísera caseta, 
al borde de un camino; 
antes que te descuaje un torbellino 
y tronche el soplo de las sierras blancas; 
antes que el río hasta la mar te empuje 
por valles y barrancas, 
olmo, quiero anotar en mi cartera 
la gracia de tu rama verdecida. 
Mi corazón espera 
también, hacia la luz y hacia la vida, 
otro milagro de la primavera.









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