30/8/19

El dogma del mundo

Por poco acudido que esté el café, no faltan los parroquianos de siempre, los ahora viejos clientes de los años en que se encontraba aquí medio mundo a conversar y resolver los problemas de la otra mitad del mundo. 

Alrededor de la mesa de costumbre tres de ellos platican como lo han hecho siempre.




--Se forma uno, por una u otra razón, ideas peculiares de las cosas y de uno mismo-- comenta con su característica humildad uno de ellos. 

--No todos, por cierto. Están los que comulgan con ruedas de molino.

--De cierto modo-- continúa el primero, como si no hubiera oído al otro-- uno se inventa la realidad, con uno mismo incluido como inventor e inventado. 

--El idealista de siempre.

--Pero-- sigue con su argumento-- no hay ninguna certeza de que esas imágenes o ideas de lo que es la realidad y se es uno en ella sean adecuadas a lo que pretenden representar.

--Tal vez no, pero nos sirven lo más bien para ir tirando sin volvernos locos-- comenta el que se las da de cuerdo y sabio porque admira a los estoicos.

--De lo que se puede estar seguro --continua el primero-- es de que no hay ninguna idea o representación perfecta de la realidad, ninguna verdad que defender, ningún modelo impecable que adoptar. 

--Salvo, claro está --corrige el de las ruedas de molino-- aquéllos que los matones de la tribu nos imponen como principios universales.

--Tú los has dicho --concluye el estoico-- y no hay más vueltas que darle al asunto.


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