- Mediados de febrero
Para mí son estos días días de alergia.
Año a año, con la precisión de un fenómeno natural tremendo—como el huracán que está siempre a tiempo—se me producen los malestares del cuerpo agredido por el polen de los cedros determinados a cumplir con sus labores reproductivas. Conflicto de la vida con la vida. Cada cual va a lo suyo—los cedros a propagar lo verde--y que los demás—en este caso yo--se apañen lo mejor que puedan, cada cual a su manera.
Lo anterior lo he escrito con la pluma nueva que me regalé por capricho hace unos días. Y ahora, en cama, uso una de las más viejas que tengo y que mantengo en un vaso en el velador.
He tomado la pastilla que me han recomendado, pero el efecto me parece casi nulo. No puedo mirar television, leer no puedo; para escribir no necesito ver bien: la pluma me conoce de hace mucho y sabe lo que tiene que hacer. No necesito leer lo que escribe.
Entro lentamente en el duermevela y escribo casi como si soñara.
No me gusta del todo estar en lo que estoy, pero no sabría decir en qué ni dónde estaría más a gusto. Ahora mismo pienso solamente en dormir e imagino que, libre de la alergia, al despertar mañana no estaré ni aquí ni en este año. Pero no se me ocurre dónde ni cuando podrían ser ese otro tiempo y ese otro lugar.
Desde niño he solido sentir al dormirme que al despertar seré otro, alguien diferente a mí quien despierta, y que lo hará dichosamente en un tiempo y lugar que no puedo imaginar ni en el ensueño.
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