Era el ibro en cuestión una edición en castellano de lo que se presentaba como un Diccionario del hombre contemporáneo, de un autor que llegué a admirar y admiro—a pesar de que mucho de lo que ha escrito sobrepasa mis capacidades de entendimiento--como un intelectual impecable: Bertrand Russell.
Qué me haya aportado esa lectura prolongada, casi a diario, a lo largo de varios años no sabría decirlo ahora, salvo por el hecho un tanto pueril de haberme inspirado en su plan y estuctura para crearme un pretensioso diccionario personal que, en mi ingenuidad de lector más ávido que avezado, imaginé tan valioso como el suyo.
Supe después de otros diccionarios personales que hirieron mi orgullo de pretendido creador original. No bastaron, sin embargo, para hacerme dejar de lado el proyecto que me había convencido era de una originalidad personalísima que, desde entonces y con largos lapsos de abandonos debidos a los olvidos propios del inconstante, he ido creando bajo el archivo—hasta un tiempo de papeles sueltos—rubricado finalmente como Diccionario personal para mi uso exclusivo, título por lo demás tautológico, muy apropiado para el carácter caprichoso de las definiciones que lo componen.
A lo mejor, siguiendo las sugerencias del demonio menor de la vanidad, llegue a compartir más adelante en la tertulia algunas definiciones con quienes tengan curiosidad suficiente para importarles leerlas.
Después de todo todos tenemos un diccionario personal, aunque no escrito ni archivado, y poco pueden interesarnos las definiciones caprichosas que los demás tengan de lo que nosotros nombramos clara e indiscutiblemente.
P.S. Agradecería toda información pertinente a diccionarios personales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario