--Me temo--dice don Baruj--que nadie entre nosotros sabe lo que de veras queremos y que, de aparecérsenos el genio de la lámpara, no sabríamos pedir otra cosa que dinero y la imposible inmortalidad.
Le reprocha alguno su cinismo y otros comentan qué le pedirían al genio todo poderoso.
--Seguramente el genio nos deja muy en claro que no puede otorgar lo que no existe--les advierte don Baruj a los entusiastas. --Que no le pidamos, entonces, ni la felicidad ni el amor, nos dice el genio, ni mucho menos la vida eterna.
Todos callan ahora, pensando ensimismados qué le pedirían al genio si el genio los visitara.
--Supongo--agrega don Baruj-- que con los siglos, o los milenios más bien, el genio ha aprendido a no sorprenderse de lo que los seres humanos le pedimos. Ya ni se sorprende ni se ríe; la sonrisa irónica, sin embargo, no creo que pueda evitarla.
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