También sirve el café de lugar de encuentros, rincón de tertulias.
Más de alguien dirá que es ésa su función principal, que el primer café debió ser un par de tazas compartidas, tal vez de pie, en entretenida charla. Charla y café bien preparado son motivos simultáneos y complementarios del regusto de intercambiar palabras inofensivas: fundamento de la tertulia.
Nada obliga al encuentro sino el placer de encontrarse. No tiene la tertulia horario fijo: se produce cualquier día a cualquier hora---hacia la tarde, por lo general---cuando dos o más de sus irregulares miembros coinciden en su paseo vespertino, ya en el café, ya en la calle camino al mismo.
El ocio invita a la regularidad del hábito y a la sorpresa de los encuentros.
Caminar un rato por la tarde, antes que caiga el sol no es mala costumbre. La comparten, cada uno por su cuenta, varios.
---A mí---dice uno de ellos---me gustan las calles por la gente.
---Por la relativa ausencia de ella---dice el otro---es que prefiero la costanera.
Coinciden ambos en darse de cuando en cuando una vuelta, después del paseo, por el café. Cuentan con que siempre habrá allí alguien con quien conversar un rato tomándose una taza de algo o un Campari.
Ese alguien suele ser don Baruj, quien prefiere pasear por las mañanas y por las tardes pasar unas horas en el café---en su mesa del rincón junto a la ventana---leyendo y tomando notas en su carnet de viejo habituado a la escritura.
Aunque prefiere estar solo, acepta con agrado la visita de los que casi a diario llegan y toman sus puestos alrededor de su mesa.
---A mí---ha dicho alguna vez---me gusta el Parque Municipal. Lo prefiero por lo venido a menos que está: tiene la quietud cansada de lo que ya fue y el mismo murmullo de este café casi olvidado.
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