Son varios y curiosos los objetos que a diario la gente olvida en el café. Algunos los devolvemos a qiuenes vuelven a buscarlos; pero los más se van quedando en el cajón de los objetos abandonados que guardamos en la trastienda, a un paso de la basura, que es a donde van destinados al fin y al cabo. Nadie los viene a reclamar: son objetos abandonados y tienen esa presencia entristecida de lo que no tiene uso ni dueño. Nuestras cosas, las más queridas, las perdemos a veces sin ni siquiera darnos cuenta de que las hemos perdido, hasta mucho tiempo después, cuando por alguna coincicencia las echamos, inesperadamente, de menos. Y a veces, apenas las perdemos, vamos por ellas y, con suerte, las recuperamos del abandono. Con suerte, porque la pérdida de un objeto de uso habitual nos transforma en seres insatisfechos, entristecidos, tensos y culpables. Ni el tiempo consigue, en algunos casos, borrar el recuerdo de lo que se dejó perder. Se vive sin olvido. Y el objeto perdido, vaya uno a saber qué suerte corre.
Así, cuando al año de guardar esta bitácora--que alguien dejó en la mesa de junto a la ventana--sin que nadie haya venido a reclamarla, la he salvado del basural y me la he traído conmigo. La he puesto junto a la cafetera, sin saber bien qué hacer con ella. Recordando la que se le había quedado una vez, le pregunté a Don Baruj si era suya.
--¿Y eso es tuyo?--me preguntó Lalola el otro día al verla. Estaba esperando el capuccino que me había pedido le sirviera y se aburría. Yo me estaba demorando a propósito para hacerla esperar ahí tan cerca mío. Había entrado sola al café.
--¿Por qué preguntas?--le dije y me acequé a mirarla a los ojos.
--Por nada.
--Mírala. Si quieres, te puedes quedar con ella--. Se la pasé junto con su café recién preparado y no pudo evitar rozar mi mano con la suya en el enredo de tomar taza y libreta.
Es, dicha libreta, una de ésas de bolsillo, con tapas de cuero negro, cinta de marcar y un elástico para mantenerla cerrada. No lleva nombre que identifique a su dueño y está cubierta de una caligrafía a pluma fuente, diminuta y críptica, de tapa a tapa: un apretado filigrana de tinta verde. La última entrada, que ocupa el revés de las tres primeras páginas, está fechada un año atrás, el día en que debió escribírsela aquí, en el café donde se quedó olvidada.
--MIra lo que dice--. Lalola me llamó a que viniera a su mesa a oir lo que había descubierto de la libreta salvada de la basura.--La dejó a propósito para que la leyera quien la encontrara. Aquí lo dice.
--Pero si esto no hay quien lo lea.
--Con paciencia se puede.
Paciencia es lo último que puede esperarse de mí. Pero debe uno saber reconocer la oportunidad y me ofrecí a ayudar en la paciente labor de la lectura. Lalola está determinada a descifrar lo que la libreta dice. Se moría de curiosidad. Y yo, de ganas de estar con ella.
Así, nos hemos estado viedo casi a diario por eso de meternos en libretas ajenas y hemos ido descrifrando pasajes que a lo mejor les interesen a otros clientes del café. Los iremos poniendo a disposición de todos a medida que los vayamos transcribiendo. Es un trabajo lento, lentísimo y conducente a interminables y deleitosos intercambios. No se espere saber muy a menudo de lo que la libreta ofrece.
2 comentarios:
Me pregunto si quizás sería uno de esos diarios que después de mucho tiempo y al soplarle las hojas antes de abrirlas, suelta cierta descarga de polvo acumulado y despide un leve olor al moho de los años y a tinta marca Scripto, posiblemente garabateada con un estilógrafo Esterbrook con pluma de oro.
Jamás lo sabremos.
El papel algo desteñido y exhibiendo una tenue cuadrícula de fondo, nos trae a mente nostálgicos recuerdos de lo que una vez algo fue o pudo haber sido.
Como suele ocurrir, supongo que el manuscrito de su escritor representa un desafío al perito más ducho en estudio grafológico; no obstante, se puede leer la palabra “esperanza”.
André
Todo objeto perdido o abandonado sugiere y pide que lo descifren y lo atribuyan.
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