6/3/16

La meditación viajera

“Durante el viaje que hice no ha mucho de Italia a Inglaterra--le escribe Erasmo de Rotterdam a Tomás Moro--, con el fin de no malgastar en conversaciones banales e insípidas todo el tiempo que tuve que ir a caballo, resolví, ya meditar de cuando en cuando en nuestros comunes estudios, ya complacerme con el recuerdo de los amigos entrañables y doctísimos que dejé en esta tierra”.






Largo trayecto, largo viaje a caballo habrá sido ése que emprendió Erasmo y largas y profundas elucubraciones y memorias las que le otorgaron esas interminables horas de camino. Fueron las meditaciones de ese viaje y el recuerdo de su amigo inglés las que le inspiraron su Stultitiae laus, ese Elogio de la locura, que mejor podría decirse de la necedad humana.

Habla esta cita--de la carta a Moro que sirve de prólogo al tratado sobre la necedad--de un aspecto esencial del viaje largo que se hace a solas y en silencio--a caballo entonces, hoy en automóvil--: la oportunidad que el camino ofrece para largas horas de meditación en el ensimismamiento del viaje. 

Viajar por viajar, se diría entonces, sería la forma perfecta de vivir profundamente y advertido de la necedad del mundo. Nada más opuesto  a este viaje en la intimidad que el viaje colectivo que promueven y cobran las agencias de turismo.

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