14/4/16

Narración de un hecho que nadie vio.



He venido hasta el mar atraído por la nostalgia de su rumor, su movimiento infinito y su aroma inmenso.

   
Ya en la playa me quito los zapatos y camino hasta donde la ola se extiende sobre la arena en una fina gasa de agua con su orla de espuma.

Se siente fría la arena; más fría aun el agua cuando la ola que sigue a la resaca me moja los pies y la bastilla del pantalón.
   
Con los pasos siguientes se me moja la ropa hasta la altura de las rodillas y el llamado de la resaca es tal que tengo que hacer un esfuerzo por plantar el pie en la arena del fondo, que cede y me dificulta mantenerme en equilibrio.

Tres pasos más y la ola me abate.

Sobre el cuerpo las ropas empapadas ejercen un dominio que me entorpece el movimiento. No es que
pretenda nadar.



Con la ola que sigue el pie pierde contacto con el fondo y la resaca lo enrosca e incapacita.

Floto.
   
Lo instintivo es tratar de volver a donde el mar no ejerce poder alguno sobre el cuerpo. Pero ya es demasiado tarde para una acción que el espíritu sabe inútil, inefectiva, imposibilitada desde mucho antes en la imaginación de lo que está por fin sucediendo.

Aunque el instinto insiste, la acedia se impone, poderosa.

La ola y la otra ola cumplen con su deber milenario y el cuerpo, el mío, ya incapaz, se hunde y confunde el aire vital con la salmuera del origen y bebe y respira hasta la asfixia.

El rito se ha cumplido.

En unos días más el mar devolverá lo que fui para que se cumplan las inanes ceremonias funerarias.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Me da mucho gusto ver que don Baruj disfruta de las playas y costas del Pacífico norteamericano.

El agua es mas fría que la del Atlántico, no obstante el gusto de estar en convivencia del mar sigue intacto.

El barón