1/4/19

Conversación de a poco con René Rodríguez Soriano

Una de las delicias del café ha sido, desde el momento en que se inventó tal negocio, el encontrarse allí con los amigos a conversar. Además de la tertulia, que es actividad de grupo, allí se da también la plática más íntima del diálogo entre dos, en el que se desmoronan las pretensiones y el afán de figurar que suelen campear en reuniones colectivas.

Así, y con curiosidad por saber más sobre el autor y su obra, nos hemos propuesto, René Rodríguez Soriano, el escritor dominicano, y yo, a encontrarnos de cuando en cuando a charlar un poco sobre sus experiencias como hombre de letras y hacerlo sin plan prefijado, sino un poco a como se vayan dando las cosas, por ver a dónde nos lleva el diálogo.

Para quienes no saben quién es René Rodríguez Soriano baste decir, por ahora, que tiene una larga y admirable trayectoria literaria. A medida que vayamos conversando con él se lo irá conociendo mejor. Claro está que la mejor manera de conocerlo es leyendo su obra, actividad que sugerimos se cumpla por lo mucho que de ella se saca en placer estético, emocional e intelectual.



--¿Qué te dio por escribir y cuándo empezaste a hacerlo? le pregunté, en tuteo amistoso, en nuestro primer encuentro. Pregunta un tanto obvia que establece el interés biográfico que quisiera darle a la conversación. Su respuesta fue breve:

Algún día, no lo recuerdo --me respondió--, quizás hastiado de lanzar piedritas chatas sobre la quietud de las aguas de la laguna ya sin patos ni yaguasas, se me dio por acumular renglones en las hojas sobrantes del cuaderno de la escuela primaria.



Después, recuerdo que, durante los afanosos días del bachillerato junto a un grupo de amigos, se nos ocurrió meterle manos a algo así como un periódico cuyas pretensiones en principio no tenían la intención de trascender los muros de las aulas. Trasquilábamos revistas, suplementos y panfletos contra el régimen; balbuceábamos protestas, pasquines y no sé cuántas diabluras. Había que tomar calle, el pueblo ávido de rumores nos reclamaba.

A partir de a, tuvimos que sacar de abajo. Ante el reclamo general, no se me ocurrió otra cosa que comenzar a escribir "sesudos editoriales", que no eran otra cosa que, petulantes y atrevidos, entuertos de niño alpinista con medallita de Santo Domingo Savio y fiel devoto de Libertad Leblanc y María Félix.

Entonces, te imaginarás, ahí se armó Troya. Chocamos de frente contra las patas peludas de la “Ley y el orden establecidos. Creo que fue ahí cuando empecé a escribir o sabotear uno que otro fragmento de los textos de lectura de la Gramática castellana de Amado Alonso y Pedro Henríquez Ureña


Los puntos suspensivos con que terminó su respuesta dejan abierto un boquete en el muro de la intimidad y llevan a pensar en varias preguntas que tendré que hacerle la próxima vez que nos veamos. Hoy nos han interumpido los contertulios de siempre que nos pillaron desprevenidos. La plática se diluyó en otras preocupaciones.

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