21/7/19

Memorias de la infancia

"The memories of childhood have no order, and no end," escribe Dylan Thomas en "Quite Early One Morning." 

Y razón tiene, porque la infancia revive en la memoria constantemente en un desordenado e interminable sucederse de imágenes que van desde el detalle más concreto y sensual--visión y olfato, tacto, sabor y oído combinados--hasta las más incongruentemente hermosas fantasías. 

No faltan, por cierto, las memorias de lo torpemente deplorable: memorias de los mayores y sus mezquindades.

Vayan estos recuerdos de ejemplo detestable:

Se nos hablaba y hablaba, entre el incienso y el idiotizante monótono de las letanías, del Enemigo falaz y las tentaciones a pecar no entendíamos bien cómo; y del Angel de la Guarda--"dulce compañía"--, se nos hablaba en acuosas falsedades: guardaespaldas matón, hermafrodita de faldín satinado y espada en llamas, que nos seguía a todas partes y hasta se nos metía en la cama. 

Lo de las alas, por lo menos, era envidiable.


Por las calles, nos advertían, deambulan los perros negros de sarna demoníaca y los discípulos--y por cierto discípulas--del malvado, de jopo engominado o amplio escote. 

Nada se decía de las negrísimas sotanas resobadas.

El miedo nos duraba lo que el mal olor de la capilla al salir al aire libre y la fantasía luminosa de los juegos. Ni el Malo ni los ángeles sabían patinar o jugar a la pelota. Los perros amigos, de pelaje multicolor, nos acompañaban.

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