No ha sido la cuarentena impuesta estas semanas a los cafés de veras la que ha causado el que la tertulia de nuestro Café Labrapalabra haya languidecido al punto de que nadie acude a ella. Ha sido probablemente, en parte, la falta de interés del público que puede entretenerse de lo más bien en casa; en parte lo aburrido de la charla y, más que nada, el que la administración del local en que se daban los encuentros sintió que no valía la pena mantener abierto un café sin clientela.*
A algunos de nosotros, sin embargo, nos ha parecido una lástima cerrar las puertas del café y tirar las llaves a la gaveta de lo que se arroja al olvido por innecesario. Llámesenos ilusos.
Si mantenemos abierto el café a lo mejor más de alguno viene a sentarse un rato a estar solo con su taza compañera, que es para lo que estos locales existen. Y a lo mejor hasta vienen más curiosos y la tertulia se reaviva.
A lo mejor. O a lo peor, no.
De todos modos las puertas estarán abiertas y encendida la cafetera.
Y si nadie viene, no importa. Estaremos nosotros y nuestro puñado de amigos y conocidos.
Cada cual a lo suyo. A nadie se le puede obligar perder su tiempo de una forma que no le agrade.
*Si a alguien la curiosidad lo tienta y el tiempo libre se lo permite, le puede interesar la nota que sigue, ficción que hace de la ficción de este café y de quienes lo administramos una casi realidad, un mínimo y probablemte demasiado íntimo mundo imaginario:
"Tante Carlota" Meier, dueña del Café Labrapalabra, que heredó de su padre a la muerte de éste por los años de la Segunda Guerra, ha decidido, por razones de edad y una comprensible desilusión, cerrar el negocio y darse por jubilada. Las circunstancias, además, parecen las adecuadas.
Nadie ha creído que valga la pena mantener abierto un local con apenas clientela suficiente para pagar la cuenta mensual de agua potable.
Si, como dice el refrán "No hay mal que dure cien años", qué puede esperarse de lo bueno, que tiende a ser pasajero. Bueno fue por un tiempo este café escondido en un rincón callado, de esos que el ajetreo y el bullicio de la ciudad acaba por hacerlos invisibles por innecesarios.
--Estoy vieja yo y él venido a menos--nos dijo Tante Carlota justificando su triste decisión--y ambos estamos cansados. Es tiempo que nos hagamos a un lado y dejemos lugar para lo que está al día, para la acción de la energía juvenil y su ingenuo optimismo.
Ella misma--lo admite--se creyó joven y optimista hasta hace muy poco. Fue--cree ella--la impertinencia de algún sincero la que la llevó a darse cuenta de que el tiempo, al fin y al cabo, siempre se sale con la suya.
Piensa, además--lo siente--, que no hay nada más lastimoso que una persona de edad tratando de no creer que ha envejecido.
Lo mismo se podría decir--añade--de un café que, habiendo tenido sus días de prestigio, decae con el tiempo, se desgasta, se lo ve decrépito.
--Nunca contó con muchos clientes mi café--confiesa la que va a dejar de ser su dueña--ni en sus mejores tiempos, si los tuvo. Pero me entretenían las tertulias de los pocos que sabían de este escondrijo, quitado de bulla, sin pretensiones de gran café literario. Los voy a echar de menos; sobre todo a mi don Baruj Dancona, amigo de tantos años y tan distante a pesar de todo.
2 comentarios:
Perfecta introduccion para una pelicula! Algo insolito sucede adentro del cafe mezclado con un loco romance, se cae el mundo y lo unico que sobrevive es ese lugar decrepito que por haber parecido ruina siempre, ahora se las puede. Osea, sigue aunque parece no quererlo, cierto? O quiere?
Buena idea la de una historia relacionada con el café. Yo estaba pensando ir contando anécdotas relacionadas con el café y con u sugerencia se va viendo como posible crear toda una historia que se vaya desarrollando lentamente a lo largo de los días y según se de el capricho de seguirla.
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