16/4/20

"No hay mal que por bien no venga", duda don Baruj

--Esto de pandemia suena a voz de profeta apocalíptico, chillido amenazador de un águila de Patmos embriagada de humores sulfurosos, al modo de bíblica pitonisa tragediosa.

Me lo grita por teléfono y lo sube a Tuiter un amigo exagerado, de habla barroca e ideas tendenciosas—escribe don Baruj en su vademécum.

Como casi todo el mundo don Baruj y su amigo cumplen—rabiosamente uno, conformado el otro—con las exigencias de la cuarentena a que ha llevado esta pandemia inaudita y para nada inesperada.

Entiende don Baruj la indignada reacción de su amigo ante la actitud de algunos porque sabe cómo a éste le atribula el que haya quienes lo explican todo a partir de concepciones sobrenaturales de la existencia humana y hacen de ésta una temerosa experiencia transcendental que no puede sino acabar en lo apocalíptico de un juicio final, es decir de una probable decisión de culpabilidad a la que sigue la imposición de una condena.

--Al natural temor a la muerte—escribe don Baruj--, ese final que es consecuencia casi inevitable de la contaminación pestífera, añaden, quienes por fe temen el juicio implacable de las deidades, el horror que produce la posibilidad del castigo. Hacen de la pandemia un azote divino.


Piensa don Baruj que es lastimoso que a un problemático fenómeno natural que puede resolverse con medidas higiénicas adecuadas, lo transformen algunos en una indignada represalia de dioses justicieros que les permiten a las fuerzas del mal—personificadas en los enemigos responsables de la pandemia--actuar impunemente contra la humanidad para así castigar a los pecadores y hacer de los justos un modelo de arrogante perfección.

--Feo concepto el del pecado y la condena—piensa y lo escribe. Le parece una forma mezquina de enjuiciar y atormentar al ser humano por su natural inclinación a cometer errores.

--Pero claro está—concluye don Baruj, acongojado por la triste tendencia humana a distinguir entre justos y pecadores--"no hay mal que por bien no venga", como dice el refrán de engañosa sabiduría.


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