28/4/20

Diario anónimo* 1. Enero: Inauguraciones.

Enero 
A pesar de mi antipatía por las fechas celebratorias y por la atención que se les presta, comienzo este nuevo cuaderno los primeros días de enero, como si creyera que este fuera, como tantos creen, un mes de inauguraciones. 

Hoy es ya el martes 7. 

El cuaderno que estaba usando lo cerré ayer al acabársele las páginas en blanco. Pude haberlo cerrado hace una semana, cuando se acabó el año, para abrir éste exactamente el día primero haciendo coincidir el nuevo diario con el Año Nuevo y dando fin al anterior con el fin del año viejo. Después de todo, por mucho que uno quiera prescindir de las fechas, el mes de enero se nos presenta—ilusamente--como un inicio, como una nueva oportunidad. Poco importa que sus días, al ir pasando vayan retomando el tinte opaco de lo consabido. 

El tiempo--bien lo sabemos--sigue igual que siempre huyendo de nuestra proposiciones y los días iniciales retoman pronto su desconsolado dejar pasar para mañana. 

Enero, hay que aceptarlo, no es un mes cualquiera: nos engaña con la novedad y nos devuelve a golpe apresurado de reloj y calendario al hábito de siempre. Pronto, demasiado pronto, le da paso a febrero y a la fugacidad del año. Tal vez por esto mis cuadernos no se rigen por las fechas memorables sino por el momento en que se me acaban las páginas del que estoy usando y tengo que iniciar otro en limpio casi sin interrumpir el hilo de lo que estaba escribiendo.

Como todo cuaderno en limpio que abro por primera vez, éste se me ofrece como una renovada oportunidad de cumplir lo que imagino he de hacer con estas páginas: dejar la perfectamente escrita constancia de lo que he sentido y pensado al ir viviendo a diario la diaria sorpresa de existir. Sus páginas en blanco se ofrecen para el largo y provechoso ejercicio espiritual de ir poniendo por escrito lo que a uno le sucede y lo que la mente concibe y diputa consigo misma. Como éste, todo cuaderno nuevo promete ser el perfecto cuaderno que supusimos sería ese primero que iniciamos cuando apenas dejábamos de ser niños. 

Hay ilusiones que no cambian nunca, a pesar de todo. Lo que siento al escribir estas primeras líneas de la primera página en blanco no difiere gran cosa de lo que sentí hace ya más de seis décadas, al tomar la pluma--también nueva, regalo incomparable--y escribir en mi primer cuaderno la primera línea de este dietario hasta el momento interminable.

*Abandonado en una mesa del café hace ya algún tiempo. Hasta ahora nadie lo ha reclamado.

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