22/8/20

Divaga don Baruj sobre morderse la cola

Me veo--escribe don Baruj en su libreta--como el perro proverbial que gira y gira sobre sí mismo tratando de morderse la propia cola. 
Y me da risa, una risa medio burlona y algo triste, compararme así con el animal ingenuo. Algo tiene de conmovedor esa imagen del perro y su cola esquiva. Conmovedora sobre todo para quienes hemos hecho del perro--del cachorro en especial--un ser casi humano, un niño que, para muchos, llega a ser angélico. 
Otras imágenes de un similar morderse la cola tienen significados simbólicos y esotéricos que la del perro no alcanza. El uróboro--serpiente al fin y al cabo--consigue lo que el perro rara vez puede: morderse la cola, cerrando el círculo; y es más, se debora a sí misma en un acto aparentemente atroz que representa simbóĺicamente la admirable continuidad de la vida en perpetua renovación.
Lo mismo dice la rueda de giro incesante que la cruz gamada--de repulsiva no tan lejana memoria --representa.

Es la visión del círculo perfecto: serpiente y rueda.
Nuestro perro--ente pedestre como su dueño--no alcanza tal nivel de esoterismo, ni pretende alcanzarlo; y menos aún podría formar --como sucede con algunas representaciones del uróboro-- el ocho acostado que nombra lo infinito. 

Como a tantos, no me gustan las serpientes. Algo tienen de terrible--intrigante y sobrenatural--simbolismo. A algo sobrecogedor aluden. Preferibles son, por puramente imaginarios, los dragones: espectaculares seres celestes que la morbosa imaginación cristiana transformó en demonios de horrible belleza.
Entre la figura retorcida del ofidio que se consume a sí mismo y configura el anillo infinito y la del perro que juguetonamente trata de morderse la cola y nada consigue, me inclino por la segunda que me parece representa cabalmente el para nada religioso ensimismarse de la mente nunca satisfecha de sí misma.

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