28/2/25

Aguas torrenciales


Cuando llueve así de duro, como llovió hace un par de días, con persistencia de diluvio bíblico, piensa Don Baruj---desde la protección del techo seguro y de los muros bien fundados del café---en la ciega fuerza de la naturaleza que de un mismo golpe tanto crea como destruye, tanto fecunda como mata.

E imagina cómo, cuando la lluvia torrencial y sus riadas destructoras finalmente cejan, llevada la tormenta por los vientos más allá del horizonte, brilla otra vez soberano el sol sobre el lomo graso de la tierra empapada de aguas donde la semilla se ha hundido y espera, como ungida, germinar y dar renuevos en primavera.

Piensa también, Don Baruj---siempre atento a lo dolido---cómo, más allá de los montes recién blanqueados de nieve por la tormenta, los nubarrones de las aguas nutricias se desbandan en el aire reseco y arde el desierto enjuto bajo el sol implacable. Ese duro, admirable territorio en que también, contra toda sequedad, se dan las flores, pertinaces.



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