15/8/25

Amenazas del silencio


---Y ése ¿por qué no viene a sentarse con nosotros?

---Me dijeron que ha dicho que está harto de las tonterías de que hablamos. Que prefiere tomarse su café a solas.

---Con su pan se lo coma.

---Lo entiendo---interviene el que nunca está de acuerdo con nadie---: no hacemos más que hablar tonterías. Si tuviéramos algún chisme, por lo menos, de algún conocido.

---Si no vamos quedando sino nosotros.

---Mientras tanto.

El otro, el que optó por el café a solas y mudo, ni siquiera los mira. 

---Siempre fue un amurrado---dice el que lo conoce desde hace años, abriendo la posibilidad de un chisme, aunque añejo. 

Ninguno de los otros aprovecha la oportunidad. Se han quedado mudos, como si pensaran, preocupados, en algo tenebroso como el silencio en que han caído. Porque tropezón y caída ha sido eso del hastío de lo que hablan de que dicen que habla el que se ha apartado.

Guardar silencio, como escondiéndolo en el bolsillo interior de la chaqueta, el más seguro e inaccesible. Como se guarda aquello que, por importante, se olvida donde se lo puso por seguridad de no extraviarlo. Ese silencio amenazante, personal, tan íntimo que ha sido el los trajo, hace algunos años, a encontrarse en el café y hablar y hablar de lo que fuera con tal de oír y oírse, atrapando así al tan temido silencio, éste que, al fin y al cabo, ha terminado atrapándolos.

Al poco rato de despidieron, pensando, en silencio, cada cual a su manera, que algo en ese instante concluía para siempre.



 

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