27/10/25

Un diálogo inconsecuente


---No hay acción ni inacción que no tenga sus consecuencias---observa el moralista del grupo.---La ley es implacable---añade--: paso que se da consecuencia que se paga. 

---Podría ponérselo de forma no tan negativa---sugiere el optimista---y decir, por ejemplo: paso que se da premio que se gana.

---Claro está, y es bien sabido---observa un tercero, después de un satisfecho sorbo de su copa---que los premios no son nunca lo que parecen.


30/9/25

Las memorias de don Baruj

A lo largo de los años ha ido don Baruj tomando notas en sus libretas de bolsillo con la idea de algún día, ya viejo, usarlas en lo que podrían ser unas memorias para sí mismo, algo así como un recuento y examen de conciencia afirmativo del ser que hasta el momento ha sido y está presente. Un ejercicio de sentimentalismo vital: función del ego—su yo más íntimo---que ante su caducidad se reafirma.  

Abre una de sus últimas libretas con el siguiente texto, que podría ser introductorio:

“Esta vez inicio la libreta nueva con la ambigua impresión de estar cumpliendo con un deber y  cometiendo al mismo tiempo un error cometido ya demasiadas veces antes. Es la tónica incierta de los tiempos: mis tiempos personales que entretejen, enredan y anudan gratas e ingratas memorias, nostalgias culpables, precisas certezas y presentimientos reprochables”.

Con “Qué puede esperarse a la edad a que he llegado” concluye el brevísimo resumen de lo que sus múltiples libretas contienen.

Al irlas revisando siente don Baruj que desde el pasado se habla a sí mismo, con su voz de entonces, justificándose. 

“¿Son las memorias”, se pregunta en alguna página meditabunda, “una forma de egoísmo arrepentido: una defensa de quien ha sido?” Y considera la posibilidad de no escribirlas sino sólo mentalmente. 



25/9/25

No hablar a solas


Siempre creyó, equivocadamente en su orgullo, que lo escuchaban. Que sus libros autopublicados se leían. Que tenía seguidores.

Nuestro filósofo amigo que, como comentara un crítico en la red, "ha escrito para nadie y ha hablado toda su vida a solas".

--No a solas-- ha respondido en un video en el que --para quien llegue a verlo-- enseña, con amplio gesto del brazo, los tupidos anaqueles de su biblioteca en los que sus dos o tres libros propios se confunden con los otros, el millar de tomos silenciosos que dice haber leído y releído infinidad de veces.

12/9/25

Urgencia de las últimas palabras

"Entiendo ahora---pienso con irónica burla de mí mismo---la obsesiva urgencia (que para mí había parecido en mi juventud un tanto absurda) con que a sus noventa y tantos años de edad, nuestro antiguo profesor insistía, en competencia obstinada contra el tiempo, en seguir escribiendo.

El metrónomo insistente de su edad, todavía vigorosa al borde de sus cien años, lo urgía con un prestissimo ostinato.

"Me queda tanto por escribir"---nos repetía cada vez que lo visitábamos en el purgatorio de la casa de reposo en la que desde hacía años cumplía con la condena de jubilado.

Recuerdo que volviendo con Jorge, su discípulo preferido, de haberlo ido a ver y acompañarlo por última vez a tomar el té de la tarde, comentamos cómo su tema de siempre, su lema, había sido aquello de que tenía "Tanto por decir y dejar dicho". 

---Como si alguien hubiese alguna vez leído algo de tanto de lo que ha escrito.

---Ni siquiera nosotros mismos.

Atardecía, como todos los días, sobre el mar oscuro.




27/8/25

Ver y no ver


 ---Peor sería no ver nada---me susurra mi demonio conformista en reacción a mi queja de que ya no veo bien ni de cerca ni de lejos y de que la ya de por sí esquiva belleza se me esfuma en la niebla de la vista envejecida.

---Con lo escasas que son las visiones deleitables---comenta otro, mi pobre diablo proclive a la amargura.

---¿No es la imaginación también una mirada?---pregunta el fantasioso y optimista. ---Ver o no ver no depende solamente de la vista, ni de los lentes que la mejoran.

Y entre ellos discuten interminablemente si entre ver o no ver hay alguna diferencia. 

Me marean. Si sólo pudiera dejar de oírlos.

15/8/25

Amenazas del silencio


---Y ése ¿por qué no viene a sentarse con nosotros?

---Me dijeron que ha dicho que está harto de las tonterías de que hablamos. Que prefiere tomarse su café a solas.

---Con su pan se lo coma.

---Lo entiendo---interviene el que nunca está de acuerdo con nadie---: no hacemos más que hablar tonterías. Si tuviéramos algún chisme, por lo menos, de algún conocido.

---Si no vamos quedando sino nosotros.

---Mientras tanto.

El otro, el que optó por el café a solas y mudo, ni siquiera los mira. 

---Siempre fue un amurrado---dice el que lo conoce desde hace años, abriendo la posibilidad de un chisme, aunque añejo. 

Ninguno de los otros aprovecha la oportunidad. Se han quedado mudos, como si pensaran, preocupados, en algo tenebroso como el silencio en que han caído. Porque tropezón y caída ha sido eso del hastío de lo que hablan de que dicen que habla el que se ha apartado.

Guardar silencio, como escondiéndolo en el bolsillo interior de la chaqueta, el más seguro e inaccesible. Como se guarda aquello que, por importante, se olvida donde se lo puso por seguridad de no extraviarlo. Ese silencio amenazante, personal, tan íntimo que ha sido el los trajo, hace algunos años, a encontrarse en el café y hablar y hablar de lo que fuera con tal de oír y oírse, atrapando así al tan temido silencio, éste que, al fin y al cabo, ha terminado atrapándolos.

Al poco rato de despidieron, pensando, en silencio, cada cual a su manera, que algo en ese instante concluía para siempre.