"Entiendo ahora---pienso con irónica burla de mí mismo---la obsesiva urgencia (que para mí había parecido en mi juventud un tanto absurda) con que a sus noventa y tantos años de edad, nuestro antiguo profesor insistía, en competencia obstinada contra el tiempo, en seguir escribiendo.
El metrónomo insistente de su edad, todavía vigorosa al borde de sus cien años, lo urgía con un prestissimo ostinato.
"Me queda tanto por escribir"---nos repetía cada vez que lo visitábamos en el purgatorio de la casa de reposo en la que desde hacía años cumplía con la condena de jubilado.
Recuerdo que volviendo con Jorge, su discípulo preferido, de haberlo ido a ver y acompañarlo por última vez a tomar el té de la tarde, comentamos cómo su tema de siempre, su lema, había sido aquello de que tenía "Tanto por decir y dejar dicho".
---Como si alguien hubiese alguna vez leído algo de tanto de lo que ha escrito.
---Ni siquiera nosotros mismos.
Atardecía, como todos los días, sobre el mar oscuro.